Caída del cielo
La
deconstrucción de un símbolo.
Rocío
Molina deconstruye un lenguaje mientras el espectador construye la obra.
Cuerpo,
mujer, sexo, danza, todas las imágenes componen la geografía de Caída del
cielo en dónde la intérprete se sumerge llevándose a los observadores, y a
los músicos. Su mundo transita entre lenguajes reconocibles, símbolos
estandarizados y rituales mientras que a la vez obliga a re-pensar, a no quedar
indiferente frente a la propuesta.
En
Caída del cielo suena un rock and roll y enseguida se descubre la
referencia a Enrique Morente con Lagartija Nick en Asesinados por el cielo.
Todo se oscurece, quizás la noche.
Una
mujer en escena con una bata de cola blanca. Descalza, baila, se desliza,
atraviesa el espacio, construye series de movimiento que por momento liga y por
momentos fragmenta. Todo es silencio, aquí comienza la deconstrucción del todo
para resignificarlo, quizás para desmitificar o para darle una nueva lectura. Con
una bata de cola blanca en el suelo construye una imagen poética que no
determina el estilo, sino más bien refuerza la diferencia. La danza sucede en
la ausencia de sonido dónde solo sucede el movimiento. Al caer varias veces, al
caer del cielo una y otra vez aparece la luna, empieza un sonido ambiente y
ella se desviste.
La
luna es mujer, así lo pintan y definen poetas, la luna es símbolo de
fertilidad, la luna y la mujer comparten ciclos, pero ¿qué sabemos de la luna y
de la mujer?
Mientras
deja caer la bata construye la imagen de la Venus de Boticcelli. Vulnerable,
sensual, despojada. Uno de sus acompañantes la cubre con una bata y le acerca
un nuevo vestuario. El cantaor hace unos cantes libres, la imagen en escena
sigue siendo poética. Luna, mujer, voz.
Se
viste con calza, protectores de rodilla, y chaqueta corta, zapatos de flamenca
y baila desenfrenadamente hasta caer. Otra vez caer y entra la guitarra y una
letra de martinete sobre compás de seguiriya irrumpe la danza de gestos
reconocibles para luego volver a caer.
Acabada
la danza, cuatro hombres en línea al frente se colocan mascarillas, guantes y
sacan unos paquetes de patatas fritas que van comiendo mientras ella redefine
su vestuario con un collar de cuero que une a un taparrabos, también de cuero,
y en el que el guitarrista pegará un paquete de patatas. Ahora ella, tiene un
paquete entre las piernas que emana patatas por el suelo del escenario y que
algunas veces ingiere. Mientras baila juega a ser alguien que tiene allí un “paquete”.
Incluyendo un sombrero de “ala” ancha suena a farruca y suena a garrotín y los
gestos se transforman en fragmentos nuevamente reconocibles de cualquier “bailaor”
sin embargo la fragmentación de los movimientos le imprimen también algo de
humor. Y vuelve a caer y su cuerpo acumula cada vez más golpes.
En
la escena siguiente hay un solo de dos panderos ejecutado por el percusionista
y el palmero y ella sale de escena.
Ingresa
con una bata “salida de baño” realizada con un mantón de manila sin los flecos
y con un palo -garrote- baila por tangos en la que contenida por tres de los músicos
acompañantes improvisa sonidos percusivos.
La
estética que llevan éstos en el vestuario es cotidiano, como si fueran a
realizar deporte o estar vestidos de ensayo, no hay un uniforme de escena, solo
la acción de cantar o hacer palmas determina al intérprete.
El
cuadro se transformará en un corro al que se incorpora el guitarrista para
hacer palmas por bulerías mientras ella baila. Después de ese momento de
lenguaje reconocible vuelve a lo poético y se meten en un cubo blanco en la
diagonal atrás dónde se viste con una falda de plástico que desprende tinta,
que chorrea negro, mientras recorre la escena bailando una danza más asociada a
un ritual, una cámara en la parte superior muestra lo que va dibujando en el suelo
a la vez que danza y aparece sobre la pantalla del fondo la imagen que
construye.
Aquí
lo que sucede en la tierra repercute en el cielo puede componer la poética metafórica,
aquí el contraste del principio de quién cae del cielo en blanco y se mete en
las entrañas de lo oscuro. El cuerpo se tiñe, pare, camina, danza, dibuja sobre
el suelo rolando.
Al
terminar abandona la falda y en un extremo del proscenio el percusionista
coloca un recipiente con agua, ella se mete en él, mientras éste lava sus pies,
los seca y vuelve a los zapatos de flamenca, la luna es roja en la pantalla y
llena como emulando un ocaso. Se viste, y vuelve el flamenco con una soleá, vuelven
los gestos reconocibles de quién baila, la estructura de letra y escobilla,
pero intervenida por momentos de guitarra eléctrica y bajo, volviendo al sonido
del rock donde la danza se transforma en frenética para luego volver a la calma
y a la escucha del cante.
Vuelve
a vestirse en escena y se viste de flores. Para luego comer unas uvas, aquí el
clímax de la obra, la referencia al lo paradisíaco y la música y la danza
vuelven al desenfreno a lo dionisíaco, la luz intermitente acompaña la acción
que luego termina con todos en medio del escenario con gafas de sol, con
vestuarios coloridos y ella bajando a colocar unas pelucas a los maniquíes que
están sentados en el patio de butacas. Para concluir con mucha marcha una obra
que comenzó con mucha calma.
Caída
del cielo es una obra
para ver más de una vez, para repensar la danza y el cuerpo, para disfrutar de
una hibridación de lenguajes casi como en la recuperación de aquellas
vanguardias donde las etiquetas no determinan una obra, sino que abren la posibilidad
a múltiples lecturas.
Rocío
Molina construye una obra excelentemente en donde la puesta y la danza habitan
un mismo universo, acompañada por un grupo de artistas comprometidos en la
propia escena manteniendo una coherencia narrativa que no busca el aplauso
fingido, sino la experiencia de vivir desde el observador la propia danza.
Gabriel Vaudagna
35º Festival de Danzas de Madrid,
teatro del Canal
28 de junio 2020
Ficha técnica
Un espectáculo de:
Rocío Molina
Codirección artística,
coreografía y dirección musical: Rocío Molina
Codirección artística,
dramaturgia, espacio e iluminación: Carlos Marquerie
Composición de música
original: Eduardo Trassierra
Colaboración en la
composición musical: José Ángel Carmona, José Manuel
Ramos “Oruco” y Pablo
Martín Jones
Ayuda a entender el suelo:
Elena Córdoba
Diseño de vestuario:
Cecilia Molano
Realización de
vestuario: López de Santos, Maty y Rafael Solís
Fotografía: Pablo
Guidali y Simone Fratini
Elenco: Rocío Molina
(baile), Eduardo Trassierra (guitarras), Kiko Peña (cante, bajo
eléctrico), José
Manuel Ramos “Oruco” (compás, percusiones) y Pablo Martín Jones
(batería, percusiones,
electrónica)
Dirección técnica e
iluminación: Antonio Serrano
Sonido: Javier Álvarez
Regiduría: María Agar
Martínez
Ayudantía de
producción: Magdalena Escoriza
Dirección ejecutiva:
Loïc Bastos
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